La historia reciente de América Latina ocupa cada vez más páginas de la historiografía hecha tanto desde dentro como fuera de la región. Uno de los temas más socorridos para este periodo es el de los conflictos y las violencias políticas ocurridas durante la segunda mitad del siglo XX y las primeras décadas del siglo XXI. Los enfoques desde los cuales se ha venido estudiando este fenómeno son diversos, y dentro de ellos se encuentra el de la memoria, categoría que se puede considerar tanto un concepto como un campo interdisciplinario de estudios, el cual centra su atención en la forma en la que los grupos sociales entienden y se sitúan frente al pasado.
Hace ya un buen tiempo que se dejó de hablar de “el boom” de la memoria en nuestra región, para pasar a considerarla un campo cada vez más consolidado, en particular en relación con los pasados violentos y traumáticos. Sin embargo, los estudios sobre la memoria no se limitan a esto último, sino que son un enfoque que viene a enriquecer nuestra comprensión del pasado reciente, independientemente de la línea historiográfica desde la cual trabajemos. De este modo, los estudios de la memoria han venido a estimular los debates sobre la escritura, la comunicación, y los usos públicos del pasado, pero parafraseando a Elizabeth Jelin,[I] ¿de qué hablamos cuando hablamos de memoria?
El sociólogo francés Maurice Halbwachs fue quien utilizó por primera vez el término dentro de las ciencias sociales, al preguntarse por la forma en que los seres humanos recordamos, individual y socialmente. Para Halbwachs existen dos tipos de memorias, una relacionada estrechamente con nuestra vida y otra más amplia y general que podríamos identificar con lo social.[2] La primera se apoyaría en la segunda; un ejemplo sobre cómo los recuerdos más cercanos a nuestro cuño forman parte de una memoria amplia, es que muchas veces solemos clasificar nuestras propias vidas, enmarcadas en los periodos y acontecimientos de la historia y la memoria nacionales, mundiales o regionales. Así, es muy posible que para las personas de cierta edad, que viven en los territorios de la antigua Unión Soviética, la llamada Perestroika constituya un parteaguas que sirva de referente para los recuerdos de su propia vida. A medida que vamos envejeciendo y atravesando más y más momentos y etapas históricas, se vuelve común que utilicemos referentes de tiempos y contextos amplios para hacernos un mapa de nuestro pasado: “Eso fue antes de la crisis del 94’”; “Lo recuerdo porque recién había pasado el temblor del 2017”; “Tuvo que ser como por el 2015 porque aún no se hablaba del movimiento Mee Too”, etcétera.
Esa operación en la cual enmarcamos nuestros recuerdos en memorias más amplias, es lo que podríamos denominar como “memoria colectiva” o “memoria social”. No se trata de que todos y todas recordemos lo mismo al mismo tiempo, sino de que, al recordar, tenemos marcos de referencia que son colectivos, y que se nutren de diferentes lecturas del pasado: la historia familiar, la historia que aprendemos en la escuela, la historia escrita por las y los historiadores de manera profesional, la literatura, los medios de comunicación, el cine y los productos audiovisuales de nuestros tiempos, por poner algunos ejemplos.
Para Enzo Traverso, la historia y la memoria son dos elaboraciones del pasado, la primera obedece a las reglas de un oficio, mientras que la segunda es algo así como “la madre del pasado”, que al mismo tiempo se convierte en una de las fuentes de la historia profesional. Así, “la historia nace de la memoria, que es una de sus dimensiones; después, adoptando una postura autorreflexiva, transforma la memoria en uno de sus objetos”.[3]
Pero la memoria no sólo se compone de recuerdos compartidos, también se edifica a partir de olvidos. Marc Augé afirma que “la memoria y el olvido guardan en cierto modo la misma relación que la vida y la muerte”.[4] Un ejemplo de cómo todo recuerdo es selección, es el del perdón en el ámbito personal. Recuerdo que durante mi adolescencia decíamos de manera desafiante: “Yo perdono pero no olvido”, aludiendo a peleas de pareja o entre vínculos de amistad. A partir de los postulados de Marc Augé, considero que el perdón es efectivamente una forma de olvido. Es indudable que cuando perdonamos algo que nos dolía o nos mortificaba, lentamente dejamos de pensar en eso y vamos olvidando detalles, llegando a un relato breve y simple sobre cosas o personas que tuvieron muchos más matices en su momento.
A partir de lo anteriormente expuesto podemos afirmar que la memoria, como concepto, representa el proceso en el cual los seres humanos nos formamos una idea del pasado, a partir de nuestras propias experiencias, de los marcos sociales en los cuales estamos inmersos, y de las aproximaciones al pasado realizadas desde diferentes disciplinas y productos culturales. Esa idea del pasado, sin embargo, se encuentra construida también a partir de múltiples olvidos, los cuales están relacionados con nuestras preocupaciones en el presente y con la idea que tenemos sobre el futuro, pues, “cada presente echa nueva luz y nuevos puntos de mira para encarar el pasado”.[5]
Los estudios sobre la memoria se preocupan por develar esas representaciones del pasado, esos marcos y referentes que hacen que las sociedades tengamos ideas compartidas sobre el devenir de los tiempos.
¿Qué relación tiene entonces el cine con todo esto? El cine es uno de los principales productos culturales que conforman nuestros marcos de referencia sobre el pasado, el mejor ejemplo de ello puede ser el de las representaciones cinematográficas en torno a la II Guerra Mundial, las cuales, por generaciones, nos han proveído de imágenes, símbolos, sonidos y colores con los cuales asociar un momento histórico que consideramos una parte intrínseca de nuestro pasado.
En América Latina, con una industria cinematográfica mucho más chica y con menor presupuesto que el de Estados Unidos y Europa, destacan algunas producciones que han retratado épocas y momentos que han sido parteaguas en la región, y que se han convertido ya en clásicos: Rojo Amanecer (México, 1989), Machuca (Chile, 2004), Los colores de la montaña (Colombia, 2011), y desde luego, las dos películas que nos ocupan en esta entrada: La historia oficial (1985) y Argentina 1985 (2022), ambas producciones argentinas.

Aunque realizadas con 27 años de diferencia, ambas tratan sobre la dictadura cívico-militar vivida en aquel país entre 1976 y 1983. Lo primero que llama la atención de La historia oficial es el hecho de que haya sido estrenada tan sólo dos años después del fin de la dictadura – de hecho su filmación empezó en 1983 -, y que ya desde ese momento retrate uno de los crímenes más condenables cometidos durante dicho periodo: el secuestro y apropiación de hijas e hijos de personas desaparecidas. La protagonista de esta historia, escrita y dirigida por Luis Puenzo, es Alicia Marnet de Ibañez (Norma Aleandro). Alicia es una maestra de historia de nivel secundario, que vive una vida cómoda con su esposo Roberto (Héctor Alterio) y su hija Gaby. Aparentemente todo marcha bien en su familia y su entorno, Alicia parece no entender o, más bien, no querer entender lo que pasa en el país, en su ciudad, en el trabajo de su esposo y en su propia casa. Sin embargo, a medida que transcurre la película, la protagonista va atando los cabos sueltos y dimensionando poco a poco que la situación política de su país atraviesa por completo su propia historia personal.
Los estudiantes del colegio donde Alicia trabaja, su compañero politizado, su mejor amiga exiliada, pero sobre todo, un colectivo que marcaría la historia de la lucha por los derechos humanos y la memoria en Argentina hasta la fecha: las Madres de Plaza de Mayo, son los personajes que representan la inconformidad, el miedo, la denuncia y la necesidad de enunciar los crímenes que se cometen en el país. Sin embargo, nadie parece poder nombrar con claridad lo que está pasando, esto se puede explicar precisamente por el año en el cual fue producida la película, en medio de un país en transición a la democracia en el que aún no se conseguía señalar del todo a los culpables, a los cómplices, a las víctimas y a los mecanismos mediante los cuales fue posible que ocurrieran tales atrocidades. La película da cuenta del inicio de las luchas por la memoria, el punto álgido en el que la sociedad civil empezó un camino para nombrar, recordar y buscar justicia y verdad. No hay que perder de vista que la lucha por la identidad y la búsqueda de aquellos menores apropiados, continúa hasta la fecha.
Por su parte, Argentina 1985, dirigida por Santiago Mitre y protagonizada por Ricardo Darín y Peter Lanzani, da cuenta del proceso mediante el cual se llevó a cabo el denominado Juicio de las Juntas, en cabeza del fiscal Julio Strassera. Es una película eminentemente judicial, con muy breves espacios para la vida personal y cotidiana de los personajes. Sin embargo, permite evidenciar un momento posterior al retratado por La historia oficial, cuando ya había finalizado la dictadura y se estaba enjuiciando a la cúpula militar. Bien sea por este motivo, o por el hecho de que se trata de un producto escrito desde el presente y no al calor de los acontecimientos, en esta historia las cosas se relatan casi por completo por su nombre: personajes, lugares y delitos son presentados con el conocimiento que da la perspectiva del tiempo. Hoy conocemos el curso que han tomado los acontecimientos, y la importancia que se da al reconocimiento del pasado en Argentina, por lo tanto, Argentina 1985 encarna lo que se suele denominar una “película necesaria”, un reconocimiento a las luchas sociales y a las víctimas, quienes tienen la voz cantante en la narración.

La película reproduce de manera literal algunos de los testimonios de víctimas de secuestro y tortura, así como los alegatos por parte de Strassera y su equipo, con lo cual podemos acceder a los hechos narrados por sus protagonistas. Todo esto está construido desde la mirada del presente, sus personajes son lo que fueron en su momento, pero también lo que de ellos han construido la historia y la memoria en los años transcurridos.
Estos dos ejemplos son útiles para comprender cómo opera la construcción colectiva de la memoria. A partir de los contextos y marcos sociales, la figuración de un hecho histórico o de una época, cambia con el transcurso del tiempo. A medida que pasan los años, la idea que tenemos del pasado se simplifica o se complejiza, según la importancia que siga teniendo en nuestro presente. Elegimos las piezas del pasado que le dan sentido a nuestro presente, y a las expectativas que tenemos del futuro. Esto no significa que mintamos, sino que, como ya se señaló, la memoria siempre es selección. Al respecto también es importante tener en cuenta que en todo este proceso individual y colectivo de recordar, existen memorias hegemónicas y otras que podríamos denominar subalternas. Este hecho lo ejemplifica la investigación de la autora Ludmila da Silva Catela sobre la represión política en el Noroeste argentino,[6] en la cual evidencia que la memoria de escala nacional, que representa los hechos relacionados con la dictadura (1976-1983), con sus propias categorías y terminologías, de alguna manera se ha sobrepuesto a las memorias locales, que no cazan por completo ni con la periodización ni con las categorías de escala nacional. El cine, pues, es uno de los marcos colectivos a través de los cuales conformamos nuestras memorias, pero también es un reflejo de cómo ocurre ese proceso en diferentes escalas. Desde luego, el cine también representa una magnífica fuente para el estudio de la memoria y de la representación popular del pasado, así como una plataforma de discusión, que es capaz de llegar a millones de personas alrededor del mundo.
Pilar Adriana Rey Hernández
Instituto de Investigaciones Históricas-UABC
Referencias
[I] Elizabeth Jelin, Los trabajos de la memoria (Madrid: Siglo Veintiuno, 2001).
[2] Maurice Halbwachs, La memoria colectiva (Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004), 55.
[3] Enzo Traverso, El pasado. Instrucciones de uso. Historia, memoria y política (Barcelona: Marcial Pons, 2007), 21.
[4] Marc Augé, Las formas del olvido (Barcelona: Gedisa, 1998), 19.
[5] Elizabeth Jelin y Ricard Vinyes, Cómo será el pasado: una conversación sobre el giro memorial (Madrid: NED Ediciones, 2021), 19.
[6] Ludmila da Silva Catela, “De memorias largas y cortas: poder local y memoria en el Noroeste argentino”, Interceçoes 19 (2017).